Diez años sin Luis Rospigliosi Carranza, el pionero de la salsa en el Callao
Dueño del bar El Sabroso, Luis Rospigliosi es considerado un pionero en la difusión de la música afrocaribeña en el Callao. El empresario falleció el 30 de agosto de 2011.

Luis Rospigliosi superaba largamente los ochenta años de edad cuando su corazón dejó de latir en el hospital Daniel Alcides Carrión del Callao. El descanso eterno se impuso en medio de la angustia, de los rezos y de la incertidumbre de su familia. A muchos hasta les pareció el final de su propia función.
Es que Lucho se había forjado una historia de leyenda con una incansable banda sonora detrás. Boleros, mambos, guarachas, jazz, salsa, todo a la vez. Un día podía amanecer oyendo solo a Eddie Palmieri y otro día el Cuba Jam Session de Julio Gutiérrez. Y nuevamente a recordar. A contar una anécdota vivida en los tiempos de El Sabroso, ese bar de obligada referencia cada vez que se habla de cómo llegó la salsa al Perú.
A fines de los 50’
La década del mambo estalló en Lima, llegó Dámaso Pérez Prado, se organizó un concurso de baile en la Plaza de Acho y las películas mexicanas eran casi cintas de adoctrinamiento de cómo mover las caderas y destornillarse en la pista de baile.
En el Callao, con su rumba aparte, la bohemia cosmopolita descendía de los buques mercantes. Bares como el Happy Land, el American Bar o el Blue Star se repartían las ganancias entre copas, copetineras, el amor breve y la promesa eterna. La Lupe no había grabado sus éxitos en Nueva York, pero el espíritu de sus boleros parecía que ya danzaban en el ambiente.
La historia de ‘El Sabroso’ empieza a fines del 50’. Ya la bohemia que bajaba de los barcos quería otra cosa. Varias veces Lucho contó que fueron marinos de la flota Gran Colombiana que le empezaron a traer discos de 45 RPM. El repertorio era distinto a lo que se escuchaba en otros lados. Lucho se dio cuenta y alentó a que le trajeran más vinilos. Él también empezó a buscarlos por su cuenta. Ya al bar no se iba únicamente para dos cervezas sino también para alimentar los oídos, para entender que, como todo en la vida, siempre hay algo más.
Rospigliosi adquirió una rockola, puso una tienda de discos al lado del bar, cambió de local y abrió uno más grande. Alentó a que en 1962 se organizara la primera trombanda del puerto, la de Papo y su Combo Sabroso. Incluso, en la portada de un Lp de dicha orquesta aparece Lucho como el padrino de la banda. Ya nadie lo reconocía como Lucho Rospigliosi sino como El Sabroso.
Ese mismo año planificó un viaje a Nueva York y Puerto Rico. Quería ver con sus ojos realmente lo que allí pasaba. Estuvo en el Bronx Casino y conoció a Vicentico Valdés y Machito.
Durante la década del sesenta, su negocio en el Callao se consolido. Se hizo de grandes amigos y de otros no tanto. En 1969 Ray Barreto grabó ‘La hipocresía y la falsedad’, pero Lucho se anticipó a ese mensaje. Lo ayudó su carácter, su personalidad. Porque podía ser muy alegre y campechano, pero muy estricto si detectaba algo que no caminaba bien. Negocios son negocios.
Esa historia primigenia es la que no olvidan quienes le sobreviven a Rospigliosi. El reconocido locutor Yolvi Traverso ha contado que su papá, don Manuel, a mediados de los años 60’, en su programa Discomoda de Radio Callao, solía colocar primicias que llegaban primero al bar de Lucho. Boogalú y pachangas con saludo incluido a Rospigliosi, el hombre que le tomaba el pulso musical al primer puerto.
Después de El Sabroso, aparecieron más bares. En 1971, tras el concierto de Las Estrellas de Fania en el Cheetah, la salsa estalló en Nueva York y llegó el eco hasta el Perú, que se consolidó en los años 80’ con el boom de los salsódromos. Ya Lucho estaba en otra etapa. La semilla se convirtió en un árbol frondoso de ritmos e historias. Dio frutos. Su nombre ya era frecuente en homenajes de agradecimiento.
A partir del año 2000, los tributos se multiplicaron. Y había que tenerlo al frente para conocerlo bien, para tratarlo. En cada conversación con él afloraba una historia. Una historia con un remate reflexivo que parecía sacado de un interminable cancionero de vivencias. Eso fue Rospigliosi, el azote del Callao, el hombre que hace diez años cerró los ojos y decidió, por puro gusto, cerrar su función.