“A 55 años de la muerte de Miguel Matamoros”, por Rafael Lam

El cronista nos entrega otra de sus cartas desde Cuba. En esta ocasión, nos comparte un extracto de su libro «Los reyes de la salsa» (2011), de la editorial José Martí, donde recuerda al músico y compositor fallecido en abril de 1971.

Rafael Cueto, Miguel Matamoros y Siro Rodríguez, integrantes del popular Trío Matamoros. (Foto: Captura de Youtube)
Rafael Cueto, Miguel Matamoros y Siro Rodríguez, integrantes del popular Trío Matamoros. (Foto: Captura de Youtube)

Por: Rafael Lam

Miguel Matamoros fue el líder de los boleros y los sones santiagueros, y uno de los compositores más grabados y difundidos de Cuba. Como casi todos los músicos de su tiempo, debió pasar por diversos oficios.

Desde niño construía algunos instrumentos rústicos como guitarra, contrabajo, entre otros. Tocaba una armónica que siempre lo acompañó y con ella recogía algunas monedas entre los tabaqueros.

Al igual que Ignacio Piñeiro, Matamoros era un músico sin la más mínima formación académica, pero contaba con una intuición y abstracción asombrosas, tal como lo hacen los genios de la música. Con esos presupuestos, ya a los siete años compuso su primer bolero: ‘El consejo’, que le cantaba al maestro Pepe Sánchez.

Las puertas de la fama

La primera visita de Matamoros a La Habana fue en 1924, para cantar con el Trío Oriental. (Matamoros, Miguel Bisbé y Alfonso del Río –sustituido luego por Rafael Cueto). Actuaron en el teatro Actualidades, también se presentaron en el Campoamor, próximo al actual Centro Asturiano.

Un año después creó el Trío Matamoros, junto a Rafael Cueto y Siro Rodríguez. Dos años después organizó su Septeto y en 1928 el Conjunto, con el cual impuso otra sonoridad al incluir la voz de Benny Moré, el más grande de la música cubana.

Grabó por primera vez con la empresa discográfica norteamericana Columbia, en New Jersey. Cuando actuaron en Nueva York en noviembre de 1928, ya se vendían en Santiago de Cuba los discos El que siembra su maíz y Olvido. En pocos días llegaron a vender sesenta y cuatro mil discos, cifra respetable en aquellos tiempos.

El 20 de mayo de 1929 participaron en la inauguración del Capitolio Nacional de La Habana, donde compartieron actuaciones con Compay Segundo. Acto seguido, tomaron un barco hacia Mérida, Yucatán, México, por dos meses, lo cual se convirtió en su primera gira por el exterior.

Los Matamoros viajaron en veintiocho ocasiones a diversos países: en nueve ocasiones a Estados Unidos, donde destacan presentaciones en Miami y Nueva York; también lo hicieron a México, Santo Domingo, Puerto Rico, España, Portugal, Francia, Venezuela, Colombia, Argentina, Chile y Panamá.

Un sonido original

En una entrevista con el estudioso cubano Helio Orovio, para su famoso Diccionario de la música cubana, Miguel Matamoros detalló lo siguiente:

“Los guitarristas se conformaban con producir un rasgueo monótono. Lo hacían con bordones y a nadie se le ocurría emplear cuerdas finas y puntear en pasacalles o introducciones. Yo inicié esa modalidad novedosa del punteo vibrante. En España, los gitanos, estrellas del flamenco, no podían entender cómo yo lograba arrancar un sonido tan fuerte y limpio a la guitarra cuando jalaba con los dedos las cuerdas de metal. Me dijeron que ningún hombre en el planeta era capaz de sonar el instrumento como lo hacía yo”.

El 10 de mayo de 1960 en el programa de televisión cubano “Jueves de Partagás”, el Trío Matamoros realizó su última presentación. Habrían pasado 35 años ya de su debut, realizado el día del cumpleaños de Miguel.

Las composiciones de Miguel Matamoros, considerado uno de los padres del son junto a Arsenio Rodríguez e Ignacio Piñeiro, son dignas de estudio. Lágrimas negras, un clásico del bolero-son, en la década del sesenta recibió un nuevo dado por el puertorriqueño José Feliciano, quien la puso de moda en todo el continente y en las fiestas juveniles.

El que siembra su maíz es una disparatada y picante anécdota. Lo mismo La mujer de Antonio. Algunos creen que las canciones deben comprenderse en todos los sentidos, basta que una obra tenga encanto y frescura, gracia en el contenido para que sea atractiva, así lo planteaba el escritor y músico Alejo Carpentier.

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